El asesino encubierto | Pensamientos de un vegano tímido

 

Jaime Andrés Cubillos Ballesteros, 3 de abril del 2 mil 20

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El asesino encubierto | Pensamientos de un vegano tímido

En todos los países afectados las estadísticas han mostrado un punto clave que, por la gravedad de la propagación, se queda oculto bajo la complicidad de la sombra del mismo silencio gubernamental mundial.

El coronavirus afecta con muchísima mayor gravedad a las personas que ya tienen afecciones de salud previas. Diabetes, enfermedades cardiacas, cáncer, por nombrar los más obvios y propagados en la salud pública mundial.

También se ha visto, sin generalizar, que la mayoría de los casos de contagio y muerte por el coronavirus se presentan en la población de mayor edad.

La correlación entre la edad y los problemas de salud más comunes tiene una lógica. Entre más tiempo lleves vivo, has estado más expuesto a que estas enfermedades comunes te hayan comenzado a afectar. No faltarán los millones de ejemplos contradictorios sobre tantos niños diabéticos o con cáncer y tantos adultos jóvenes que sufren de alguna de estas dos enfermedades o que, además, comienzan a tener dolencias cardíacas antes de siquiera llegar a sus 30 años.

¿Tendrá que ver la dieta actual de la humanidad, lo que comemos, con las altas tasas de cáncer, diabetes y problemas cardíacos, que, lastimosamente ahora, se consideran comunes e incluso hereditarios?

Si la respuesta a esta pregunta es un rotundo SÍ. ¿Qué sería de la humanidad actual y de este tsunami de muerte del coronavirus, si en el pasado nuestros gobiernos hubieran protegido realmente nuestra salud desde el aspecto primordial del bienestar de cualquier especie del planeta, lo que cada una come?

Y expuse “especies del planeta” con un propósito primordial. ¿Cuántos animales, distintos a los humanos y a nuestras mascotas, sufren de sobrepeso, diabetes, problemas cardíacos o de cáncer? Si el resto de los animales sufren enfermedades externas a su especie, todas ellas se relacionan a nuestra contaminación del planeta. Es totalmente claro que, de no contaminar la tierra, el aíre y las aguas o de no practicar la caza como deporte o para el consumo humano, ellos morirían de causas naturales en sus propios ciclos de vida.

Cada especie come lo que biológicamente está diseñado a consumir. Puede que la evolución de las especies los someta a cambios alimenticios que suceden tan lentamente que tienden a ser imposibles de rastrear, a no ser que la región en la que habiten sufra calamidades climáticas que los hagan extinguirse o migrar y encontrar una nueva fuente de alimento. Pero jamás vemos un elefante comiéndose a un tigre ni un tiburón en una dieta de algas marinas. Biológicamente cada especie está diseñada para procesar lo que su tipo de alimento le provee y excretar lo que no necesita.

Cuando la evolución industrial y económica convirtieron la alimentación humana en procesos meramente antinaturales de competencia monetaria, la salud alimenticia de la especie humana se convirtió en la última prioridad que ya ni los “doctores” pretenden ver, analizar y, mucho menos, mejorar.

Nuestras enfermedades del primer mundo, diabetes, sobrepeso, enfermedades cardiacas, cáncer, que con rapidez se propagan a los países en desarrollo, han creado que esta enfermedad pandémica, el coronavirus, nos esté convirtiendo en ciudadanos del miedo, aislados socialmente, haciendo todo lo que los gobiernos nos digan para detener la propagación de un virus indiscriminado.

Para mí, el verdadero asesino no está encubierto, está en nuestros platos, a punto de entrar a nuestros organismos por la voluntad propia de nuestra mano y la ignorancia alimenticia a la que nuestros propios gobiernos nos han, en silencio, sometido por ya casi un siglo.